Resulta extraño que una de las actitudes fundamentales de la vida, como es la confianza, y a la que tanto se alude en la vida cotidiana, sea objeto de tan pocos escritos explícitos y extensos. Santo Tomás, que estudió exhaustivamente las pasiones humanas y las virtudes tanto divinas como naturales, solamente le dedica un artículo dentro del tratado sobre la magnanimidad, y alude a ella en pocos otros lugares como, por ejemplo, al tratar de las partes de la fortaleza, y fugazmente al hablar de la esperanza, de la oración y en otras cuestiones donde es mencionada de modo indirecto.
Y sin embargo las exhortaciones a la confianza que encontramos en la Escritura divina son tantas y algunas de altísima densidad poética.
Pero ¡cuánta desconfianza encontramos en el corazón del hombre! Desconfiamos de Dios, de los amigos, de los que nos rodean, de los mismos familiares. Y, por el contrario, confiamos en cosas que no tienen sustento, con lo que transitamos el camino más adecuado para enflaquecer la confianza pues estos falsos soportes terminan infaliblemente por decepcionarnos, abriendo la puerta al escepticismo. ¡Cuántos que quieren confiar no saben cómo hacerlo!
Verdaderamente hay una crisis de confianza.
Quizá porque ni siquiera sabemos verdaderamente lo que es confiar.
Voy a dedicar estas páginas a la confianza, centrándome principalmente en la confianza en Dios. En la medida en que sea posible y útil también haré algunas aclaraciones a la confianza que debemos a los demás hombres.
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