La Misa es de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Él es el Sacerdote principal y la Víctima. Los demás sacerdotes obran «in persona Christi». Para eso son ellos hechos «otros Cristos». Pero se puede ser «otro Cristo» por esa misteriosa marcación que imprime el carácter sacerdotal… y mantenerse psicológica, afectiva y espiritualmente lejos del Cristo que se inmola en la Cruz y en el Altar. Por el misterio del carácter
sacerdotal, ese sacerdote seguirá obrando «in persona Christi», aun cuando su corazón esté lejos de Cristo… y esa Misa será tan Misa como la que celebra el Papa. Pero también puede un sacerdote actuar «in persona Christi» no sólo por su carácter sacerdotal, sino porque en la Misa sus ojos se transforman en los de Cristo que mira desde la cruz la lucha entre la gracia y el pecado en el alma de cada hombre; su corazón es el corazón de Jesús traspasado por el dolor del abandono y transfigurado por un amor sin correspondencia; sus manos y sus pies pueden estar empapados en el sufrimiento de la transfixión, sus labios agrietándose por la sed de las almas, su cabeza oprimida por las espinas de la incomprensión y la burla… En definitiva: la pasión que celebra es la pasión que vive en su alma. Allí seguirá verificándose el misterio de un hombre que obra «in persona Christi», pero también se verá el otro misterio de un hombre que obra «in Corde Iesu», con el corazón de Jesucristo; y en ese hombre celebrando Misa los fieles advertirán, como a través de una transparencia, al mismo Cristo victimándose.
Si conociéramos más la Santa Misa, tal vez ella sería también para nosotros el momento en que el velo se desgarra para dejarnos solos frente al Hombre desnudo que en el Gólgota colgó de un madero por nuestros pecados.
Agradezco al Padre Buela, en nombre de todos los que leerán este libro, por hacernos de lazarillo en este mundo de misterios sobrenaturales en el cual muchos somos pobres ciegos.
(Del Prólogo por P. Miguel Ángel Fuentes)
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