En el Museo del Prado, en la sala dedicada a Jheronimus van Aken, conocido como el Bosco (1450-1516) hay un óleo sobre tabla de madera de chopo, de unos 120 x 140 cm, llamado generalmente Mesa de los Pecados Capitales, o también Tabla de los Pecados Capitales.
La pintura fue realizada entre 1505 y 1510. En el centro del cuadro un gran tondo o círculo atrae la atención del espectador; esta está rodeada por cuatro tondos menores, en cada una de las esquinas, las cuales describen escenas de las postrimerías del hombre. El círculo central semeja un ojo abierto, y una inscripción en su parte más íntima lo confirma: “Cave, cave, D[omin]us videt”, “Cuidado, cuidado, Dios ve”. Esto ha inspirado otro de los títulos que recibe la obra: El Ojo de Dios. En efecto, allí se refleja el mundo visto por Dios.
De lo que el Bosco ha descrito en el iris de ese gran ojo divino vamos a hablar en este libro. Sus siete compartimentos describen con coloridas pinceladas los siete pecados capitales. Es el mundo en su dimensión más perturbada la que el artista ha querido plasmar.
Encima y debajo del gran Ojo, dos rótulos ambientan el sentido que debemos dar a la obra. El superior contiene una frase del Deuteromio (32,20): “Gens absq[ue] [con]silio e[st] et sine prudentia utina[m] sapere[n]t [et] i[n]telligere[n]t ac novissi[m]a p[ro]videre[n]t” (“Es gente sin consejo ni prudencia; ojalá supieran y entendieran para que se preparasen para su fin”). El inferior reza: “Absconda[m] facie[m] mea[m] ab eis: et [con]siderabo novissi[m]a eo[rum]” (“Esconderé mi rostro de ellos: y veré cómo terminan”). La primera cita describe el pensamiento de Dios sobre la locura de los hombres, sumergidos en las ansiedades meramente temporales y en los tormentos que se siguen de bosquejar sus vidas al margen de una perspectiva eterna. Ahí tenemos el resultado: un mundo volcado a las rivalidades, rencillas, desenfrenos, desidias, violencias… En fin, como si Dios no existiese. La segunda sentencia apunta la decisión divina ante este panorama macabro: si quieren vivir sin Dios, los dejaré solos a ver en qué para todo esto.
¿En qué para? Pues en la locura y la destrucción total, sea aquí abajo como en la otra vida. Lo dan a entender tres de los cuatro pequeños tondos, que debemos leer en este orden: el superior izquierdo: la muerte; el superior derecho: el juicio; el inferior izquierdo: la condenación eterna. No hay otro porvenir previsible, tal como están planteadas las cosas…
… Salvo que algo poderoso pueda torcer este rumbo inexorable que los hombres han impuesto a la desenfrenada carrera de su historia. El Bosco también dejó expresada maravillosamente esa centella de esperanza; pero a ella me referiré en el remate final de este escrito.
Por ahora adentrémonos en el desquiciado mundo que los hombres han construido al margen de la Voluntad de Dios.
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