La práctica de la dirección espiritual es uno de los tesoros más valiosos de la bimilenaria tradición de la Iglesia, semillero de vocaciones a la vida consagrada, de sacerdotes fervorosos, de laicos de alto vuelo e incidencia social, de apóstoles de todo género, en fin, de genuinos santos. Es el arte de llevar las almas por los interiores e invisibles caminos del espíritu hacia la unión con Dios.
En las últimas décadas un cierto descrédito ha caído sobre ella, fruto notable del general languidecimiento de la fe, por un lado, y, por otro, de la impericia cada vez más creciente de quienes están llamados, por oficio, a ser los naturales guías de las almas: los sacerdotes.
Hoy como siempre –o tal vez más que nunca– hace falta remozar la genuina dirección espiritual, es decir, la guía de almas sobrenatural, seria, científica y exigente. Poco tiene que descubrir, en este campo, la espiritualidad moderna; los grandes maestros cristianos del espíritu nos han dejado un legado riquísimo e inagotable sobre el que hay que volver incesantemente para formar nuevos guías de almas. Por tanto, la tarea consiste fundamentalmente en actualizar y adaptar las guías maestras del tesoro cristiano.
Quiero hacerme eco de esta invitación por medio de esta sencilla contribución que plantea lo que considero son las líneas generales de la dirección espiritual de almas.
Esta nueva edición, separada por más de quince años de la primera (1997), ha sido muy corregida en algunas partes, simplificando algunos temas y ampliando otros e incluso añadiendo nuevos. Esta actualización y reelaboración lo exige no solo algunos documentos magisteriales nuevos de estos últimos años, sino también los estudios que hemos realizado en orden a dictar conferencias y cursos de especialización para sacerdotes, y, sobre todo, las varias publicaciones que hemos hecho durante estos tres lustros sobre temas relacionados con la educación y formación del carácter y el discernimiento espiritual,
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