Las pasiones hay que educarlas o, de lo contrario, asfixian el alma. Educadas, en cambio se integran a la perfección con el sujeto.
En esta época que tanto exalta a los “jóvenes idealistas” del pasado, y que si realmente hubiesen sido tales, habrían debido encauzar su idealismo a mejores puertos, me tomo el atrevimiento de dirigir estos pensamientos a los muchos jóvenes y adultos que aún en nuestros días no han perdido la capacidad de forjar en sus corazones un ideal sublime. A ellos quiero decirles que la castidad es posible y es necesaria; además, es cautivante.
Sólo la castidad puede devolvernos esa mirada del cuerpo purificada, capaz de admirar sin rebajar, de gozar sin abusar, de caminar sin detenerse, de amar sin extraviarse.
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