En una carta, escrita a los 20 años, Marcelo cita la frase que dice: “No dejéis que nieve en primavera”. Ella define y encuadra magníficamente esta existencia de 23 años que llevó el nombre de Marcelo Javier Morsella: fue una primavera sin nieves prematuras. No envejeció antes de tiempo, como tantos jóvenes que han tronchado su mocedad con las heladas del pecado, las tristezas del mundo o las angustias de una vida terrena apurada como una copa final. Marcelo sólo tuvo primavera: de la vida y del alma. De la primera únicamente Dios dispone que alguien alcance —o no— el otoño y el invierno, las barbas nacientes y las sienes plateadas; la segunda depende de las estaciones del alma, y las hojas de este calendario las arranca o las perpetúa nuestra frágil libertad.
En las páginas del siguiente libro el autor cuenta hermosamente la historia de aquel seminarista que fue a encontrarse con Dios a la corta edad de 23 años. Una historia capaz de inspirar a tantos jóvenes de espíritu inquieto y de grandes ideales. Una historia en la que nunca nevó…
“No me importa cuán estrecha sea la puerta, ni que me halle abrumado de castigos, soy capitán triunfante de mi estrella y el dueño de mi espíritu.
Volveré a ti, Señor, porque mi alma te busca y está vacía. Ni puedo vivir sin Ti y al querer hacerlo caigo en el peor de los abismos y queda sin rumbo mi vida.
Tonto de mí al no querer confiarte mi camino; sé que al fin encontrarte es mi destino”.
Marcelo Morsella
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